Hay días en los cuales una pequeña cosa, un detalle en la vida, tiene el papel extraño de una verdadera señal. Cuando Mario Rota se torció el tobillo, ya habría debido saber que el día empezaba mal. Y cuando su casera le presentó al Daniel Berkowicz, su nuevo vecino entró en su vida por todos los lados, ocupando su despacho en la universidad, dando sus cursos en su lugar, hasta robando su estudiante de tesis que era en realidad más que eso. Tenía que enfrentarlo, al menos que escogiera otro camino.
Entonces pensó en Berkowickz.El inquilino (editorial Acantilado, 2002, 138 páginas), fue escrito por Javier Cercas, escritor y traductor español nascido en Ibahernando, Cáceres, en 1962.
En un primer momento le había halagado que conociera su artículo, el único que había publicado desde que se doctorara; pero el carácter insustancial de este estudio, que Mario era el primero en admitir, así como el hecho de haber sido publicado en un trimestral de nulo prestigio, le hicieron recapacitar después. Sólo acertó a formular dos hipótesis que explicaran la curiosa erudición de Berkowickz: o bien había estado trabajando últimamente en la dirección en que lo hacía el artículo de Mario, en cuyo caso se habría tal vez sentido en la obligación de examinar todo lo que se había publicado sobre el tema en los últimos tiempos, por insuficiente o defectuoso que fuese, o bien pertenecía a esa restringida casta de estudiosos que, sin más beneficio inmediato que el placer intelectual o la satisfacción de la curiosidad, recorren con morosa asiduidad las publicaciones regulares y se mantienen al día en lo que a las investigaciones que se llevan a cabo en su campo se refiere. Mario descartó de inmediato esta última conjetura: no sólo porque no cuadraba con la impresión que Berkowickz le había producido, sino por que en tal caso el nuevo inquilino sería sin duda un personaje notorio en la profesión, y lo cierto era que a Mario ni siquiera le sonaba su nombre. Esta conclusión lo reconfortó.
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